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Con una mezcla vibrante de historia, arte y festividades, Rionegro se erige como un punto de encuentro cultural que invita a explorar y apreciar la diversidad que define esta joya cultural en Colombia.

En el corazón bullicioso de Rionegro, justo donde el tiempo parece caminar al ritmo de los pregones y el olor a mango maduro, vive un lugar con alma propia: La Galería. No tiene vitrinas elegantes ni pisos de mármol, pero guarda más historias que cualquier museo del mundo.


Cuenta la leyenda que, hace más de medio siglo, un grupo de campesinos empezó a llegar desde los veredones cargados de yucas, plátanos y gallinas vivas. Se instalaban con toldos improvisados, vendiendo lo que el campo les regalaba. Así nació La Galería: no fue diseñada por arquitectos ni planificada por ingenieros, fue tejida por las manos de la gente.

Con los años, el lugar se fue llenando de todo: frutas, carnes, canguros de segunda, mecánicos con manos benditas, y hasta los mejores chismes del pueblo. Decían que si querías saber quién se había casado, quién se había separado o quién había ganado en la rifa del domingo, no había que ir a Facebook… ¡había que ir a La Galería!


Un personaje inolvidable fue Don Tobías, el vendedor de aguacates que decía tener el “don de la madurez”. Con solo tocar uno, sabía si estaba para hoy, para mañana o para el sancocho del domingo. “Este le habla bonito, pero está verde por dentro”, decía, mientras todos reían sabiendo que no solo hablaba del aguacate.

Y no faltaba la mística. Algunos aseguran que en la noche, cuando todo está cerrado, La Galería respira. Los muros susurran las historias de los que han pasado por allí: la mujer que montó su puesto y con eso sacó adelante a sus hijos; el joven que aprendió a soldar en un taller escondido entre los pasillos; la pareja que se conoció entre sacos de cebolla y terminó casándose.


También hubo épocas difíciles. En algún momento, el lugar fue estigmatizado. Había quienes lo veían con desdén, como si lo popular fuera sinónimo de peligro. Pero La Galería resistió. Se maquilló un poco, sí. Pintaron fachadas, mejoraron las luces, y hasta pusieron letreros nuevos. Pero no perdió su esencia: sigue siendo ese rincón donde la ciudad respira auténtico.


Hoy, caminar por La Galería es hacer un viaje al alma de Rionegro. Entre el caos ordenado de los puestos, se puede oír la historia viva de un pueblo que no se rinde, que transforma lo ordinario en tradición, y que encuentra poesía hasta en una libra de tomate.

La escena punk en Rionegro comenzó en el primer lustro de los años 80 y se consolidó con fuerza a partir de 1987 con el surgimiento de la primera agrupación musical llamada PCD (país concentrado en decadencia), motivada y en una clara mimesis del movimiento punk de Medellín. Grupos como Pestes, PN y Pichurrias con su sonido mal producido y crudo, con líricas que tocaban la realidad social del momento, resonaron en los jóvenes de la hidalga. Este movimiento se ha caracterizado por ir en contra de todo lo establecido, comprometido con la lucha antisistema en una postura de resistencia y libertad.

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Ricardo Rendón, nacido en Rionegro, Antioquia, en 1894, surgió como una figura destacada en la escena artística y cultural de Colombia en el siglo XX. Su legado artístico, aunque truncado por una trágica partida, dejó una marca imborrable en la historia de las artes visuales en el país.

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Ildefonso Marín Tejada, conocido cariñosamente como el pionero de la era del cemento en Rionegro, marcó un hito histórico con la construcción del Edificio Marín en 1923. Este icónico edificio representó la primera incursión del municipio en el uso del cemento como material de construcción, introduciendo una era de innovación arquitectónica que dejó una huella perdurable.
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